Muchos entraron en aquel lugar de curiosas maravillas en el interior del pequeño corazón, dejándose amar por él, dejándose mimar por aquel amor incondicional que él les daba. Pero su amor no le era devuelto, aquellos rufianes solo tomaban y tomaban y jamás devolvían, jamás le eran recíprocos, y un día el amor y las maravillas se acabaron.
Los rufianes, aburridos y cansados de aquel "juguete roto" le abandonaron a su suerte y se fueron en busca de más amor incondicional del que chupar, pero nunca lo volvieron a encontrar. Nuestro pequeño amigo, roto, vacío, hundido, triste, pensó que así acabaría su historia, su aventura, como un tonto más que no supo cuando parar de dar y empezar a recibir. Y tras esto se volvió frío, duro, reacio a abrirse a otros. No volvería a ser engañado. Pero un día algo le cambió para siempre.
Un día, el pequeño corazón se encontró con otro ser, un ser tan peculiar que no supo reconocer que tenía ante sí. Peludo, de cuatro patas y ojos brillantes, el ser le observaba con la lengua fuera y moviendo la cola con alegría, como si hubiera encontrado justo lo que buscaba. Al principio el corazón era reacio, incapaz de amar otra vez. Pero pronto se dio cuenta de que algo nuevo crecía en su interior, una pequeña semilla que se expandía más y más en su interior. ¿Podría ser amor esto que sentía? El ser, al que llamo Tip por no saber cómo llamarlo, se había quedado a su lado desde el momento que lo conoció, y sintiendo su dolor, le había dado su amor incondicional, ese que no pide nada, ese que se da sin esperar nada a cambio. Poco a poco el corazón comenzó a repararse y nuevas maravillas empezaron a crecer en su interior, llenándolo una vez más de alegría y amor. Si, el corazón se había curado, y todo gracias a un pequeño ser peludo que lo único que quería era estar a su lado.
-Sí -dijo el corazón observando a su nuevo amigo- definitivamente eres un ángel que ha venido ha salvarme.
Y como respuesta, Tip dio dos ladridos y saltó a su alrededor meneando la cola.
Todo volvía a estar bien.