domingo, 29 de junio de 2014

Las siete princesas

Hace mucho, mucho tiempo, existió un reino cuyo rey tenía siete hijas, siete hijas completamente distintas entre sí, siete hijas que sólo sabían discutir y creaban problemas a menudo. Un día, un rico y bello príncipe llegó a palacio anunciando que deseaba casarse con una de aquellas princesas, ya que se decía por sus tierras que eran las más hermosas. Entonces el rey dejó que el joven se reuniera con ellas una a una y así pudiera elegir.
La primera fue Soberbia, la mayor. Soberbia clamaba ser la más hermosa, sabia, inteligente, graciosa, simpática... la mejor de las hermanas. Pero durante su charla solo habló de si misma, de lo perfecta y maravillosa que era, aburriendo al príncipe, que tras aguantarla durante horas, finalmente la rechazó como posible esposa. Soberbia, ofendida le dijo que era estúpido, no tenía idea de lo que había perdido y que acabaría arrepintiéndose de su decisión.
A Soberbia le siguió Lujuria. Vestida con un ínfimo vestido rojo, casi transparente y que dejaba muy poco a la imaginación, Lujuria se abalanzó sobre el príncipe, deseosa de probarle y sentir sus caricias, de que la tocara y la volviera loca. El príncipe, asustado por esta actitud tan abierta y tan poco decorosa, alejó de su lado a Lujuria y también la rechazó. Esta, lejos de sentirse ofendida, agarró a uno de los guardas que estaban apostados en la puerta y se encerró con él en sus propios aposentos.
La tercera en presentarse fue Avaricia. La princesa no dejó hablar a su pretendiente y le preguntó por su riqueza y su poder, ¿cuánto tenía? ¿Cuánto pensaba concederla a ella cuando estuvieran casados? ¿era su reino grande? ¿Cuán grande era su poder? ¿Podría hacerse más rico y más poderoso si invadía los reinos vecinos? Al príncipe no le gustó la actitud de la muchacha ni sus ganas de poder, su reino era pacífico y no pensaba meterlo en conflictos por conseguir más poder, de modo que también la rechazó a ella. Con esto, Avaricia llegó a la conclusión que él no le interesaba, ya que no podía darle el poder que ella ansiaba.
Tras ella apareció por la puerta Ira, que le miraba con el ceño fruncido y el gesto torcido. En cuanto el príncipe trató de preguntarle por sus intereses y gustos, Ira comenzó a gritarle, enfadada y furiosa, ¿cómo se atrevía ese mentecato a hablarle de ese modo a ella? El príncipe se asustó y se vio obligado a rechazarla, ya que no podía permitirse una mujer que le gritara por cualquier mínimo detalle. Esta decisión provocó a Ira, que volcó la mesa de la sala en la que estaban y destrozó todo lo que llegó a sus manos antes de que pudieran detenerla. Se fue de la sala airada y con deseos de golpear al que se había permitido rechazarla.
Antes de que la puerta se cerrara se coló por ella Envidia. Envidia entrecerraba los ojos como si algo le molestara, como si algo le molestara mucho. En cuanto el chico empezó a hablar, Envidia empezó a recriminarle el haber hablado con sus cuatro hermanas mayores. Ella odiaba a sus hermanas, porque eran todo lo que ella quería ser, ella quería tener tanta autoestima como Soberbia, ser tan hermosa como Lujuria, ser tan poderosa como Avaricia y tan fuerte como Ira. Era injusto que ellas tuvieran lo que ella no podía tener, lo que ella deseaba tener. El príncipe se aburrió de ella y así la quinta hermana fue rechazada, y ella comenzó a querer tenerle, porque una de sus dos hermanas menores iba a conquistarle y a tenerle, y ella deseaba tener lo que sus hermanas querían.
Un rato después entró la hermana más gordita, Gula, la cual llegaba con los brazos llenos de dulces y la boca machada de chocolate, además de varias migas y restos de comida en los pliegues de su vestido. Gula solo estaba interesada en las delicias de aquel nuevo reino. Le interesaban los primeros, los segundos y los postres, los cocineros, las cocinas, los restaurantes, las cafeterías,  los bares... Tanto habló de comida la muchacha, que el príncipe, no solo la rechazó, si no que además pidió que le trajeran algo de comer. Gula salió de la habitación tomándose el último bollo y se metió directa en la cocina.
Y por fin era el momento de la princesa más pequeña del reino... pero la princesa no aparecía. El tiempo pasaba y la princesa no llegaba. El príncipe comenzó a preocuparse. ¿Por qué la princesa no aparecía? ¿Acaso él no le interesaba a la muchacha? El príncipe preguntó por su paradero y nadie pudo responderle, y fueron a buscarla. Un rato después, aparecieron dos guardas que llevaban a la chica cogida por los brazos. La chica era la más hermosa de las siete y llevaba un vestido azul esponjoso y liviano que parecía flotar a su alrededor. Pereza, que así se llamaba, bostezaba y no se movía, los guardas la tenían que llevar para que se pusiera ante el chico. La sentaron frente al chico y lo primero que hizo fue posar la cabeza sobre la mesa y echarse a dormir de nuevo, como si no llevara toda la tarde durmiendo sin parar. El pobre príncipe, por más que lo intentó, no logró despertarla, y decidió dejarla dormir e irse sin hacer ruido, para así no despertarla.
El chico, finalmente, se presentó ante el rey y le dijo que no iba a desposar a ninguna de las muchachas y se marchó por donde vino, dejando al rey desesperado, ya que, de nuevo, sus hijas habían asustado a otro pretendiente que había llegado convencido a casarse con ellas y se habí ido horrorizado por el espectáculo que había presenciado.